Una partitura en movimiento: creación y deriva en la obra de Enya
La adolescencia trajo nuevas formas de exploración: coros más clásicos, bandas escolares, talleres de folclore. La escuela España y luego el colegio María Auxiliadora fueron sus escenarios formativos. Luego vino la decisión que marcaría su camino profesional: estudiar composición en Santiago.
Fue en la capital donde la música comenzó a encontrar otras formas. A través de amistades y colaboraciones casuales, se abrió paso al mundo audiovisual: fotos editoriales, fashion films, piezas breves donde el lenguaje visual y sonoro empezaban a dialogar. Pero el giro inesperado llegó con la danza. Una convocatoria del colectivo Herederos —danza activa— se cruzó en su camino. Y así, casi por azar, la música encontró cuerpo.
Durante la pandemia, cuando la necesidad de crear era urgente y vital, empezó a trabajar en una obra escénica que derivó en nuevas invitaciones, colaboraciones y oportunidades. Lo que comenzó como una casualidad, se volvió un oficio. Hoy, su nombre resuena en el circuito de la danza contemporánea, con tres proyectos paralelos, incluyendo uno en Valparaíso. Su música se ha convertido en un servicio: no una imposición estética, sino una atmósfera que acoge el universo artístico de otros."Me gusta trabajar desde lo emocional, más que desde decisiones artísticas cerradas", comenta. Su rol no se centra en la autoría individual, sino en lo colaborativo. La dirección coreográfica, los cuerpos en movimiento, las intérpretes, todo se conjuga como una partitura abierta. La música funciona como un mapa emocional y técnico, acompañando el tránsito escénico y proponiendo atmósferas para la acción.
Paralelamente, desarrolla un proyecto de banda: Martes Mañana. Con dos singles ya disponibles y un EP en camino, el grupo experimenta con sonoridades que van del pop rock alternativo a lo instrumental. Ambientes, marxófono y otras exploraciones marcan un cruce entre lo experimental y lo emocional.
A pesar del crecimiento en la capital, su relación con el Valle del Aconcagua sigue siendo esencial. "Siempre he querido devolver la mano. Salí con todo lo que ese lugar me entregó", dice. Ha grabado piezas en el sector del Juncal, ha llevado artistas santiaguinos a tocar a Los Andes, y planea un disco colaborativo con músicos de la zona. "No puedo no decirlo: ese es mi lugar. Santiago no me da el mismo sentido de pertenencia".
Hoy, trabaja en un proyecto para postular al Fondo de la Música: un disco que reúna voces y talentos del Valle en un gesto de reencuentro e intercambio. Lo que comenzó en un coro infantil dirigido por un profesor mapuche, se ha expandido en múltiples direcciones: danza, visualidad, composición, gestión cultural. Pero la raíz —la del valle, la del origen— sigue latiendo en cada nota que compone.
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