La libertad fantástica de Carolina Savard: Ilustrar lo que no existe

Desde el jardín infantil ya dibujaba figuras humanas con solvencia. Carolina  Savard entregaba carpetas con personajes definidos, escenas completas. “Dibujo desde siempre”, dice. Y no suena a exageración. En su casa había cómics, dibujos animados, cuentos. Había, sobre todo, espacio para inventar mundos. “Lo real lo ves todos los días. No me interesa tanto reproducirlo. Es más entretenido crear algo que no existe”, comenta. Así, hadas, criaturas, paisajes mágicos y mundos alternativos habitan sus cuadernos y pantallas.

Aunque no estudió una carrera formal —porque en su época “no existía nada parecido”—, aprendió a través de la práctica. Autodidacta, comenzó ilustrando sus propios libros e historias, y con los años trabajó en un estudio de animación en Santiago. Allí se formó junto a otros artistas, corrigiendo y afinando trazos, y aprendiendo desde el oficio colectivo. También ha realizado encargos para textos escolares, caricaturas por pedido e ilustraciones infantiles con estilo “chibi”, aunque aclara que lo que más disfruta es cuando puede dibujar lo que quiere. Sin plazos, sin instrucciones, sin fórmulas.

Su proceso creativo comienza en papel: bocetos a mano alzada, garabatos que a veces se convierten en escenas completas. Luego pasa al computador, donde digitaliza, perfecciona, colorea. La combinación de técnica tradicional y digital es una constante en su trabajo. “El dibujo a mano tiene una fuerza que no siempre se logra en pantalla”, afirma.


Nacida en San Felipe, estudió en Llay Llay y vivió buena parte de su vida fuera del valle, incluso en el sur de Chile. Pero el regreso fue inevitable. Hoy está radicada en el Valle de Putaendo, y forma parte de el colectivo Saz, conformado por sus dos hermanas y su cuñado, donde comparten estilos, experiencias y vivencias en diversas ferias del libro.

Su primera antología fue de puro horror, y fue —dice— una de las experiencias más entretenidas que ha tenido. “Ahí dibujo lo que quiero. No es como el trabajo por encargo. Tengo una idea y la dejo salir como sea. Eso es libertad”. Sin embargo, como todo proceso creativo, también hay momentos frustrantes. Proyectos que no se concretan, ofertas que se caen a último minuto, bloqueos mentales que aplazan lo pendiente. “Siempre falta tiempo. O algo pasa. A veces es fome cuando no resulta”. Aun así, nunca deja de crear. Aunque no todo llegue a publicarse, aunque quede guardado, aunque aún no haya “luz verde”, sigue dibujando.

Ha notado que la ilustración como disciplina comienza a valorarse más, sobre todo desde el mundo educativo y en ferias culturales. Sin embargo, también siente que la inteligencia artificial ha puesto en tensión el valor del trabajo artístico. “No es llegar y apretar un botón. Detrás de cada ilustración hay días de trabajo, de decisiones, de pruebas. Eso muchas veces no se ve”.

Actualmente, prepara una nueva antología de cómics, esta vez para una feria en Valdivia, y continúa ilustrando junto a su hermana y su cuñada. El trabajo en grupo, dice, le permite sostener la motivación. En lo privado, tiene varios proyectos en carpeta. “Algunos están en pausa. Otros se han caído. Pero sigo. Siempre hay algo que quiero dibujar”.

En un mundo saturado de imágenes rápidas, su obra insiste en lo contrario: en detenerse, en imaginar, en construir desde lo imposible. Tal vez por eso, sus personajes tienen siempre algo de extrañeza y de ternura. Como si pertenecieran a un universo que está ahí, a punto de revelarse, solo si aprendemos a mirar más allá de lo obvio.



Contacto: INSTAGRAM
Elaborado por equipo Valle Abstracto

Comentarios