Entre itinerancia y creación: Danuli Ñaña, diáspora de un artista multifacético.

Desde  su infancia, Danuli Ñaña fue una persona alejada de los dispositivos tecnológicos.  En su hogar, el juego era análogo, y con ello, el tiempo era más lento y la creatividad una necesidad cotidiana. Dibujar, escribir cuentos, tocar algún instrumento: todo era parte de una atmósfera donde el arte era  una forma natural de estar en el mundo. Gracias a unos padres comprometidos con la estimulación artística, creció entre libros y melodías que  permitieron trazar el inicio de una trayectoria que lo ha mantenido con un multifacético compromiso en la agencia cultural del valle.

En el colegio, mientras muchos compañeros brillaban en deportes, él descubre el arte como un espacio donde lo colectivo pesaba más que los premios. Recuerda con afecto las ferias de las artes, los talleres compartidos, los ensayos musicales entre amigxs: momentos en que la creación fluía sin competencia ni exigencias externas. Esa lógica colaborativa, más orgánica y menos jerárquica, se transformó con el tiempo en uno de los pilares de su forma de entender el arte.

En su adolescencia, tuvo la oportunidad de estudiar música paralelamente al colegio, en la escuela Increscendo, ubicada en calle Toromazote. Asimismo, cursar el bachillerato en arte como un plan alternativo, con ocho horas semanales dedicadas a esta disciplina. 

Al momento de elegir una carrera profesional, optó por estudiar Cine y Televisión en la Universidad de Chile. La decisión no fue casual: intuía que profesionalizar la música podía desilusionarlo. Prefirió resguardar ese espacio sensible, y experimentar el mundo audiovisual desde otro lugar. Aun así, se sintió pronto ajeno a la lógica de la academia: el lobby, las carreras por premios, la desconexión con el sentido colaborativo que tanto había valorado. Por eso, sin alejarse del todo, encontró un lugar más silencioso y fértil: el sonido.

Fue en la postproducción, en los cortometrajes, en la microfonía y la música incidental donde halló una trinchera creativa que le permitió explorar sin estar expuesto, aportar sin competir. Luego de una práctica profesional, comenzó a trabajar por cuenta propia, hasta que un giro vital lo llevó a estudiar canto con la destacada artista Paz Court, cuya propuesta performativa e improvisada lo cautivó. Durante cuatro años, Danu se formó intensamente, profundizando en técnicas como el scat y el uso de la voz como instrumento libre. Paralelamente, estudió composición y piano con  Danilo Dawson, pianista concertista, en un formato íntimo, sin evaluaciones, que le permitió aprender más que en una carrera universitaria.

Con la pandemia, el regreso a San Felipe se hizo inevitable. Había una necesidad de volver al origen, de desacelerar, de reconectar con un ritmo vital que la ciudad le había arrebatado. Dejó Santiago, retomó contacto con proyectos artísticos locales, participó con  el colectivo Ruidos de Arte, se integró a la Comparsa de Musica Andina Lakitas de Akunkawa, y empezó a colaborar en espacios como ATMA, donde actualmente enseña batería, piano y composición. Además, forma parte de la gestión del espacio y coordina Semilleros para nuevos talentos, impulsando una red artística profundamente ligada al territorio.

Uno de los hitos más significativos de su retorno fue la revalorización del terreno que Cedido por la concesión Municipal de Putaendo, en Las Coimas, una antigua estación de trenes abandonada. Junto a su familia, fundaron Tramarural, una organización dedicada a la gestión cultural en la zona. Allí levantaron una biblioteca comunitaria, un pequeño museo ferroviario, y comenzaron a soñar con proyectos como la Fiesta del Kiskito, senderos patrimoniales y actividades para niñas y niños. En ese contexto, Danu se formó con la Cineteca Nacional como mediador de cineclubes escolares, y desde hace tres años dirige uno en la escuela de Las Coimas, donde acompaña a estudiantes a ver películas, a reflexionar sobre el cine y a descubrir otros modos de narrar el mundo.

Su vínculo con el cine no desapareció: hoy colabora en proyectos  donde trabaja como sonidista. Su interés ya no está en el circuito de festivales, sino en hacer cine con sentido territorial, comprometido con el entorno y las comunidades. A la par, sigue componiendo, tocando con bandas como Los Mestizos (rap instrumental) y sosteniendo una práctica artística que, como él mismo dice, se activa desde lo pequeño, lo interseccional, lo profundo, como son las clases que dicta en la Escuela de Música de Putaendo en la actualidad.  

Danu no concibe la creación sin consciencia del entorno. Para él, vivir en el campo ha sido una reconexión con otros tiempos, con otros relojes. “Acá uno ve el cielo entero. En Santiago hay que mirar muy arriba para encontrarlo”, dice. En Las Coimas, la naturaleza impone su ritmo, el invierno acorta los días, y la vida se vuelve más orgánica. La creación artística, en ese contexto, deja de ser evasiva y se vuelve respuesta, registro, gesto político.

Hoy, su trabajo cruza la música, el cine y la educación, siempre con una mirada crítica sobre los modelos formales y una apertura generosa a nuevas formas de enseñar, de hacer comunidad y de habitar el arte.





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