El muralismo como galería viva: la trayectoria de FelipOn, Muralista urbano-rural del Valle

La historia muralista de Felipe Cordero García , conocido en la escena del arte urbano como FelipOn,  artista visual, comienza de forma espontánea y azarosa  a los 13 años, cuando cursaba séptimo básico. Su primer acercamiento ocurrió en un local donde se arrendaban consolas de videojuegos; allí un joven pintaba una escena de Resident Evil. Al conversar, el pintor  lo desafió: “¿Por qué no dibujas tú también?” Tomó un lápiz grafito y replicó una portada del cómic Spawn sobre un espacio de alrededor de 1 mt cuadrado. en la muralla. Aquella fue su primera experiencia real en el muralismo.


Luego de haber cursado estudios superiores en arte con mención en Escultura y  Cerámica, en el año 2013 recibió una invitación por parte de su antiguo establecimiento, el Colegio Pumanque. Fue su ex-director quien lo convocó a realizar un mural de gran formato. Durante tres días trabajó intensamente frente a ese muro, y fue en ese proceso donde se consolidó su vocación muralista. A partir de entonces, impulsado también por un amigo cercano, comenzó a llevar su arte a las calles, con la convicción de democratizar el acceso a la creación visual y acercarla a todos los territorios posibles.

En 2014, Felipón orientó decididamente su quehacer artístico hacia lo social. Comprendió el muralismo como una práctica profundamente colectiva y comunitaria, capaz de generar encuentro y reciprocidad con el público. Fue así como, junto a Diego Muñoz, fundó el colectivo Doble Brocha: mientras él asumía la dimensión visual y creativa, su compañero se hacía cargo del desarrollo teórico. Comenzaron a intervenir espacios barriales, promoviendo proyectos culturales desde la autogestión, como ocurrió en su experiencia con la junta de vecinos de la población Bernardo Cruz.

Desde sus primeros proyectos, realizados con recursos mínimos, trabajaron bajo un principio fundamental: la ciudad es una galería de arte. Su propósito era —y sigue siendo— acercar el arte a quienes no pueden acceder a él debido a barreras económicas o culturales. Fue así como comenzó a forjar una identidad que él mismo denomina muralismo urbano-rural, surgida de la sinergia entre sus espacios de creación y el contexto social que los rodea.Esta perspectiva lo ha llevado a intervenir territorios agrícolas y periféricos del Valle, donde el muralismo adquiere un valor particular al revalorizar los imaginarios colectivos. 

Para Felipón, el muralismo no es solo una expresión creativa, sino también una práctica física, corporal y kinética. Requiere preparación, protección y resistencia, pero ofrece a cambio una recompensa única: la conexión directa con las personas. En cada intervención, los vecinos se acercan, comparten relatos, ofrecen comida o simplemente abren las puertas de sus casas. Esa interacción humana constituye, para él, la dimensión más profunda del muralismo: el arte como puente entre el espacio y la comunidad. A su juicio, los murales transforman los entornos que habitan; activan procesos de apropiación, cuidado y embellecimiento. “En zonas urbanas de alta vulnerabilidad, la gente agradece estas intervenciones. La pintura vuelve los espacios más habitables, más humanos”, afirma.

Su visión muralista se construye desde una apuesta por el realismo, en claro contraste con el graffiti, cuya estética tiende a ser más abstracta e interpretativa, y por tanto, a veces lejana e indiferente para el público. En ese realismo, su imaginario se articula en torno al folclore, la cultura prehispánica, los mitos y leyendas del país. Le interesa especialmente reconstruir visualmente el mundo anterior a la colonización, recuperando memorias silenciadas y relatos fundacionales. Con esa intención, proyecta para el período 2024-2025 una serie de murales centrados en la mitología local, concebidos como una forma de resistencia cultural y revaloración simbólica del territorio.

En el plano estético, sus encuentros con otros muralistas y la experimentación con técnicas mixtas le han permitido explorar la interacción entre los materiales y las distintas superficies, desde muros de ladrillo con texturas rugosas hasta soportes tridimensionales. Su técnica combina pintura látex, esmalte al agua y aerosol, logrando acabados realistas que facilitan la comprensión visual del mural por parte del público general. Para él, el muralismo también posee una dimensión ecológica: al igual que los árboles, los murales pueden perdurar en el tiempo y contribuir simbólicamente a la regeneración del entorno. Hoy se habla incluso de murales verdes, capaces de capturar CO₂. Aunque esta idea parezca utópica, él sostiene que el arte urbano puede ser un aliado en la respuesta a los desafíos ambientales contemporáneos.

A lo largo de una década de trayectoria, ha tenido la oportunidad de colaborar principalmente con instituciones públicas y municipios, que han funcionado como verdaderos mecenas al facilitar los recursos logísticos necesarios para el desarrollo de sus proyectos. Ha participado en iniciativas financiadas por fondos regionales y organizaciones como Quiero Mi Barro, pintando murales en distintas comunas del país. Asimismo, ha llevado a cabo talleres de muralismo en Calle Larga, en alianza con el programa SENDA y el centro cultural local, donde destaca una de sus obras más singulares: un mural panorámico de 360 grados pintado sobre un cilindro, que ofrece una experiencia inmersiva y continua.

Entre los hitos recientes más significativos de su trayectoria destaca su rol como coordinador y ejecutor del proyecto Los Andes y sus colores, donde lideró, junto a varios artistas locales, la creación del mural más extenso de la comuna, ubicado en la avenida Enrique de la Fuente. Además de intervenir con mural en avenida Argentina y el Parque Ambrosio O'higgins. Durante tres meses de trabajo ininterrumpido, enfrentaron condiciones climáticas extremas que pusieron a prueba tanto el cuerpo como la convicción artística del equipo. A este proyecto se suma la realización del primer mural de piso del Valle del Aconcagua, en colaboración con la Oficina de Medioambiente y CONAF, en el cerro Patagual. Pintado con pintura elastomérica a base de agua y resina, el mural retrata la flora, fauna y costumbres de Pocuro, inspirándose en intervenciones europeas que transforman el suelo en una hoja viva, generando una relación distinta con el paisaje. Actualmente, desarrolla un nuevo mural en una escuela pública de Valle Alegre, mientras continúa impulsando el muralismo educativo como herramienta pedagógica, línea que se materializa también en el mural de estructura circular que prepara para el Museo Precolombino de San Felipe.

La calle necesita expresión, y los muros —dice— están gritando que los pinten. “El muralismo es una forma de devolverle el alma a la ciudad, y convertirla en un espacio donde todos tengan algo que decir, expresar o reflexionar” Sentencia al terminar la entrevista.

 Contacto: Instagram

                                                                                            Elaborado por Equipo Valle Abstracto. 


Comentarios